Mi crucero por el archipiélago temporal concluyó al fin en la séptima isla. Si recuerdas, los habitantes de este archipiélago hacen enunciados verdaderos o falsos dependiendo del día.
Después de conocer la isla de los enamorados, mi barco llegó a una paradisíaca isla. Dado que me encontraba muy a gusto y que el crucero ya había finalizado, decidí alojarme en un hotel durante unos días antes de tomar el vuelo de regreso y volver a la rutina.
Aquella misma tarde, me encontraba paseando por el centro del pueblo. Al cruzar una de las antiguas puertas amuralladas, perdí el equilibrio y me di de bruces contra el suelo de piedra. Dos chicos que pasaban cerca me ayudaron a levantarme e insistieron en acompañarme hasta un pequeño botiquín público para curarme un rasguño que me había hecho al caer. Decidí compensar tanta hospitalidad y regalarles unos pastelitos decorados con letras que había comprado en la isla de los cumpleañeros. Formaría sus nombres con las letras y se los regalaría.
Pero había un problema... Por lo visto, eran dos hermanos gemelos, ¡y yo era incapaz de diferenciarlos! Uno se llamaba Jamie y el otro, Martin, pero no tenía ni idea de cuál era cuál. Les conté mi idea de los pastelitos y los dos se echaron a reír. No me lo iban a poner fácil. Se limitaron a decir lo siguiente:
Uno de ellos—. Mañana mentiré.
El otro—. Soy Martin.
Después de todo mi viaje por el archipiélago temporal, sabía que la información que me habían dado era insuficiente para saber cuál era cuál (y ellos también lo sabían). No quisieron añadir nada más, excepto para preguntarme el nombre del hotel en el que me alojaba. A la mañana siguiente, cuando salí de desayunar del comedor, los dos hermanos estaban esperándome junto a la recepción. Lamentablemente, como eran iguales, ya no sabía quién había dicho qué el día anterior. En esta ocasión, lo que dijeron fue:
Uno de ellos—. Ayer dije la verdad.
El otro—. Soy Martin.
¿Tenía información suficiente para saber quién era Jamie y quién, Martin?
En efecto, el segundo día no pude todavía resolver el problema, así que esperé una noche más. A la mañana siguiente, los gemelos volvieron a mi encuentro (de nuevo, no sabía quién había dicho qué los días anteriores) y dijeron lo siguiente:
Uno de ellos—. Mi veracidad con respecto a ayer ha cambiado.
El otro—. Soy Martin.
Ahora, ¿tenía información suficiente para saber quién era Jamie y quién, Martin?
SOLUCIÓN: el segundo día, aunque no pude resolver el problema, pude deducir algo de información. Veamos mi razonamiento...
¿Podrían los dos que hablaron en primer lugar cada uno de los dos primeros días ser el mismo gemelo? No, porque entonces habría una contradicción: el primer día afirmó que al día siguiente mentiría y el segundo día afirmó que el primero dijo la verdad. Esto no es más que la paradoja de la tarjeta (una variante de la paradoja del mentiroso). Por lo tanto, deducimos que los dos hermanos hablaron en orden distinto en los dos primeros días.
Así, uno de los hermanos (llamémoslo A) dijo "Mañana mentiré" y "Soy Martin" y el otro hermano (llamémoslo B), "Ayer dije la verdad" y "Soy Martin". Caso 1: A decía la verdad el primer día. Entonces, era cierto que el segundo día mentiría y no se trataba de Martin. Por lo tanto, Martin era B, que decía la verdad los dos días. Caso 2 : A mentía el primer día. Entonces, al día siguiente dijo la verdad y sí que era Martin. B, que era Jamie, mentía los dos días.
No podía deducir nada más el segundo día. Tras la conversación del tercer día, estos fueron mis pensamientos...
¿El segundo en hablar, el que afirmaba ser Martin, podría estar mintiendo? Veamos por qué no. Si mintiese, se trataría de Jamie. En el caso 1, sería A. Pero, entonces, B, que dijo la verdad el segundo día, entraría en contradicción al afirmar hoy que su veracidad había cambiado. Imposible. En el caso 2, sería B. Pero, de nuevo, A, que había dicho la verdad el día anterior, también entraría en contradicción al decir que había cambiado su veracidad. Ninguno de los dos casos es posible, por lo que el segundo en hablar el tercer día no podía estar mintiendo.
Por lo tanto, decía la verdad y se trataba de Martin. Y el primero en hablar era Jamie. No podía deducir quién había sido quién en los dos días anteriores, pero como mi objetivo era identificarlos en el momento que fuera, no me importó. Les regalé los pastelitos y, tras una emotiva despedida, subí al avión de regreso. Mis aventuras en el archipiélago temporal habían finalizado.
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